Me fui pa El Ávila
El domingo de ramos subí al Ávila por Sabas Nieves, tenía años que no lo hacía, así que fue totalmente nuevo para mí. Llegamos a las siete de la mañana, mi amiga Elizabeth nos pasó buscando a mis primas y a mí, ella sube todos los sábados y domingos, tempranito para escuchar el canto de los pajaritos, sentir la brisa y conectar mejor con la naturaleza.
Esperamos un ratico por otra amiga, ahí aprovechamos de ver el mapa que está en la entrada, asómbrarnos de la altura de los picos y conversar de cómo hay personas que los han subido. ¡Son unos duros!
A eso de las siete y veinticinco que estuvimos completos, empezamos a caminar, Elizabeth al principio nos acompaño, después cada quien agarro su ritmo, una de mis primas corre igual que nuestra otra amiga, así que ellas subieron con tranquilidad.
Yo me quede atrás, no fue fácil seguirles el paso, entre subidas, piedras y el cansancio, continúe poco a poco.
Hay un ritmo que respetar, sin forzarme o maltratarme, me fijaba en como los que iban delante de mi subían o caminaban y trataba de hacerlo igual, sobre todo tomando ejemplo de los que parecían asiduos a la subida.
Algo inspirador fue ver a personas mayores, subir con agilidad y bajar sin resbalar, conversando tranquilamente, incluso hubo una señora que me ofreció su mano.
Descansé un par de veces, y hubo otros tantos momentos donde veía las subidas y pensaba en no seguir ¿Y si las espero aquí?
En un momento, quise preguntar a los que regresaban ¿cuánto falta? Pero luego pensé, “esto es como la vida, tú no te devuelves, tu continuas, a pesar de las dudas y de los temores, tú sigues.
Lo importante es llegar, además te están esperando”.
Así que decidí descansar de un lado del camino, respiré, tomé aire profundamente, tomé agua, me lavé la cara y estuve ahí recostada diez minutos, mientras me recuperé varias personas me pasaron de largo, así que me puse las manos en la cintura, me dije a mí misma: “no te compares, respeta tu propio ritmo”, y seguí subiendo, justo cuando iba llegando, un señor pasó por mi lado y me dijo: “¡Vamos, vamos que ya estamos llegando!”. Yo me reí, respire profundo y seguí.
Cuando miré arriba ya estaban esos tremendos escalones justo antes de la virgen, más arriba un grupo de Palmeros que ya venían de regreso, y un poquito más allá mis amigas, que me hacían señas con los brazos y me sonreían. Y yo agitaba los míos y les decía; ¡Lo logré, llegué, llegué!
Fue muy divertido, luego durante la bajada veníamos payaseando y riéndonos, nos tomábamos fotos, y pues repetiré el próximo fin de semana.
Lo importante es hacerlo, sin obligar a nuestro cuerpo, con conciencia y sin querer igualar a los que ya llevan tiempo subiendo la montaña.
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